miércoles, 23 de enero de 2008

Padre Pío habla acerca de las lecturas de libros...



Acerca de tu lectura ( profana) hay poco que admirar.


Jamás sentí yo ( padre Pío) en mí el mínimo atractivo por esas lecturas que pudiesen manchar la inocencia y la pureza de las costumbres ( los libreos que él leía: científico y pasatiempo en una honesta recreación del espíritu) .(...) Sin embargo, no obstante la inocencia de mis intenciones, esas lecturas ( dejaron profundas heridas en mi corazón, o por lo menos me tuvieron detenido allí, sin nunca sacar provecho ni adquiriendo una sola virtud y lo peor era que me iba siempre enfriando más en el amor a Dios.


(...)


Me produce horror, hermana mía, el daño que hace a las almas la privación de la lectura de los libros santos.


(...)

He aquí cómo se expresan los santos padres exhoratando al alma a una semejante lectura.

San Buenaventura en su escalera claustral admite que son cuatro los escalones o los medios por los que se sube a Dios y a la perfección; y dice que son la lectura y la meditación, la oración y la contemplación.


San Jerónimo recomienda tener siempre a mano libros devotos, porque estos son un fuerte escudo para rechazar todos los pensamientos malvados con los que se combate a la edad juvenil.

San Gregorio habla así abjo la alegoría del espejo:

" Los libros espirituales son como un espejo que Dios nos pone delante para que mirándonos en él nos demos cuenta de nuestros errores y nos adornemos de toda virtud. Y así como las mujeres vanas se miran frecuentemente en el espejo, y allí se limpian toda mancha del rostro, corrigen los errores del cabello y se adornan de mil modos para aparecer hermosas a los ojos de los demás, de la misma manera el cristiano debe frecuentemente colocar antes sus ojos los libros de los santos para divisar los defectos que debe corregir y las virtudes con qué embellecerse para agradar a los ojos de su Dios"

Historia de San Jerónimo:

(Estando San Jerónimo defectuoso en la vista...) Se necesitaba un remedio muy rigurosos para sanarlo. El Señor le mandó una enfermedad que lo redujo al extremo. Cuando estuvo próximo a morir, el Señor lo arrebató en Espíritu hasta su tribunal. Aquì le preguntaron quién era él. Respondió el santo: " Yo soy cristiano; no confieso otra fe que la tuya, oh mi Señor". " Mientes- respondió el juez divino- tú eres ciceronero ( el santo amaba mucho la lectura de los libros de Cicerón) porque donde está tu tesoro, allí está puesto tu corazón".

Ordenó el juez divino que fuese flagelado. El santo, al dolor de los castigos, lloraba y pedía piedad y con todo ardor de su espíritu juraba y prometía que ya no leería más libros seculares y profanos, sino sólo libros santos.


Después de este hecho ( donde se vio toda la espalda morada por los flagelos y llagadas las carnes por los crudos golpes), se dedicó el santo con todo el ardor de su alma a la lectura de los libros santos, que de gran provecho le fueron >>.





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